“…Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas dificultades”
(Don Quijote de la Mancha)
El fallecimiento de un ser querido, la proximidad de la propia muerte, o en mi opinión cualquier pérdida, ponen en marcha la expresión de emociones básicas como el miedo, la impotencia, la rabia o la tristeza. Pueden percibirse como culpa, irritabilidad o retraimiento. Identificarlas, comunicarlas, expresarlas y encauzarlas, son tareas que todas las personas implicadas, incluidos los niños, se ven obligadas a afrontar.
¿Cuándo finaliza un duelo?
Fue la pregunta que empezó a repicar en mi mente después de “disfrutar el primero”. Mi sensación era desgarradora, acompañada de angustia, impotencia, ansiedad, inquietud, ira a veces incontrolada, pena, desorientación, desilusión, incredibilidad, falta de confianza en un futuro mejor… o en la vida, tendencia a abusar de sustancias para acallar el dolor, confusión, pérdida de peso, no querer ver la realidad. Recuerdo que me dolía literalmente el corazón, parecía que mis ojos no se podían abrir, mi sensibilidad estaba a flor de piel. Parecía que una oscura nube me invadiera acompañándome en cada paso… y lo peor, no era capaz de ver la vida en el minuto siguiente de cada hora. Pensé que nunca desaparecería ese intenso e inquietante dolor. Sin embargo, mi curiosidad también me ayudó a interesarme sobre el tema, para comprender qué estaba pasando. Con la mirada retrospectiva que nos proporciona el tiempo, me di cuenta que el duelo se ha completado, cuando somos capaces de recordar lo perdido sintiendo poco o ningún malestar. Sin llorar. Cuando hemos aprendido a vivir sin él, sin ella, sin eso que no está… hemos dejado de vivir en el pasado y podemos invertir de nuevo, toda nuestra energía en el presente y en los vivos que hay a nuestro alrededor.
Te voy a contar lo que he aprendido en todos mis duelos, y en el que ahora estoy buceando en su mar de emociones.
¿Me acompañas?
(Fragmento de «Sobrevive al Duelo» Editorial Ediciones B de Mexico. Autor: Esther Varas)