Respirar es vivir. Si observamos, los bebés hacen una larga y profunda inspiración, retienen el aire un momento para extraer el oxígeno, expirando de forma suave y lenta, así, la sangre se purifica en los pulmones y vuelve a todos los órganos con la cantidad de oxígeno asimilado, suficiente para que éste, no enferme. El oxígeno proporciona al cuerpo fuerza y vitalidad necesaria para nuestro movimiento.
El oxígeno asimilado por la sangre, es consumido por las necesidades del sistema nervioso, por nuestros pensamientos, actos, movimientos… y así el 25% de este oxígeno nos llega al cerebro, que representa al 2% del peso corporal.
Según los estudios de los doctores Drama Singh Khalsa y Cameron Stauth, “la respiración profunda produce un cambio en la emisión de ondas cerebrales que pasan de la frecuencia beta (excitante) a la alfa (calmante) y por tanto tienen efectos calmantes, favoreciendo el aprendizaje. Aprovisiona de oxígeno y elimina el anhídrido carbónico de las células, regula la acidez y alcalinidad del cuerpo e interviene en la eliminación del agua, hidrógeno y pequeñas cantidades de metano, si no se ensanchan bien los pulmones no se limpia el revestimiento mucoso acumulando en el cuerpo sustancias irritantes tóxicas”.
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