Quizás hoy, como tal vez tú, estoy melancólica. Recuerdo con cariño mi niñez… si, y la anhelo. Los cuentos que mis mayores me narraban, para aliviar mi abatimiento o… simplemente para disfrutar de una tarde o proporcionarme un feliz descanso. Estos «maestros» muchas veces, anoninos, me enseñaron de una forma singular aluno de los valores que hoy son los pilares de mi vida.
Hoy quiero recordar junto a ti, uno de esos antiguos y sabios cuentos. Acomódate. Empiezo a susurrarte el cuento de «La lechera»
«Una lechera llevaba en la cabeza un cubo de leche recién ordeñada y caminaba hacia su casa soñando despierta.
– «Como esta leche es muy buena», se decía, «dará mucha nata. Batiré muy bien la nata hasta que se convierta en una mantequilla blanca y sabrosa, que me pagarán muy bien en el mercado. Con el dinero, me compraré un canasto de huevos y, en cuatro días, tendré la granja llena de pollitos, que se pasarán el verano piando en el corral. Cuando empiecen a crecer, los venderé a buen precio, y con el dinero que saque me compraré un vestido nuevo de color verde, con tiras bordadas y un gran lazo en la cintura. Cuando lo vean, todas las chicas del pueblo se morirán de envidia. Me lo pondré el día de la fiesta mayor, y seguro que el hijo del molinero querrá bailar conmigo al verme tan guapa. Pero no voy a decirle que sí de buenas a primeras. Esperaré a que me lo pida varias veces y, al principio, le diré que no con la cabeza. Eso es, le diré que no: «¡así!”
La lechera comenzó a menear la cabeza para decir que no, y entonces el cubo de leche cayó al suelo, y la tierra se tiñó de blanco.
Así que la lechera se quedó sin nada: sin vestido, sin pollitos, sin huevos, sin mantequilla, sin nata y, sobre todo, sin leche: sin la blanca leche que le había incitado a soñar
(De “Fábula de Esopo”)
Deja de vivir en el futuro y disfruta de tu presente… sin dejar de soñar